La noche despliega su nnanto oscuro y excesivamente estrellado al mismo tiempo, y el silencio sólo es interrumpido por los grillos y las ranas. Es difícil explicar la sensación, pero en la oscuridad absoluta, se percibe la presencia de la fauna dormida.
El momento es propicio para remontarse al pasado, cuando los "mariscadores" mandaban en la zona. Leemos antiguos relatos: "Mi padre dibujaba ese mapa todas las noches. Dibujaba hasta la una de la madrugada, cuando se apagaba el generador de luz; entonces seguía dibujando con la lumbre del farol. Dicen que en base a ese mapa hicieron la maqueta de los Esteros del Ibera en el Centro de Interpretación."
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El testimonio escrito le pertenece a Mingo Cabrera, hijo de un "mariscador" o cazador del Ibera, que recuerda cuando vivía internado en los embalsados con su padre para traer en la canoa carpinchos, yacarés, ciervos y lobitos de río, durante jornadas completas. Pedro Pablo Cabrera, su padre, aparece en una antigua fotografía con bombacha, botas altas, sombrero de paja y en la mano... ¡una boa cuyirú! Hablamos de una época en los Esteros estaban poblados por isleños que cazaban como medio de subsistencia.
Cuando se creó la Reserva, algunos mariscadores se volvieron guardafaunas. Se los llamaba "mariscadores" porque cuando los españoles los veían cazando, les recordaban a los pescadores de mariscos del Viejo Continente.
Sin embargo, vale aclarar que los primeros habitantes del Ibera fueron los "caracarás", "mepenes" y "capesales", de la tribu "caingang". Ellos vivían de la caza y de la pesca y tuvieron influencia guaraní. Cuenta la leyenda que la Conquista no pudo alcanzarlos y aún habitan en el corazón de los Esteros. Existe una antigua creencia indígena que reza: "Primero viaja el cuerpo; después el alma". Cuando finalmente se siente que ha arribado el alma a las "aguas brillantes" del Ibera, seguimos camino hacia la fascinante selva de Misiones.