domingo, 15 de febrero de 2009

Salta, Argentina

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Lo primero que uno piensa, al respirar el aire limpio de Salta, es que allí andan equivocados de siglo. Que viven en algún pliegue del tiempo en el que aún no se había inventado el estrés. La gente entra y sale pausadamente de comercios antañones, se para ante un puesto de helados; las aceras rebosan de colegiales risueños, de limpiabotas tranquilos.

Las casas son bajas, sencillas, y se adivinan patios umbríos al fondo. Las calles rectas, en damero; hasta el plano que uno despliega transmite un algo de orden y sosiego. Hace falta llegar a las páginas de sucesos de El Tribuno, el diario local, para enterarse de que también allí puede haber voluntades torcidas, descuideros, maridos celosos capaces de alguna locura.


El epicentro de esta calma es lo que llaman El Parque, aunque su nombre oficial es el de Plaza 9 de julio. Es el ombligo sombreado donde sucede todo, es decir, nada. Ombúes colosales y otras ochenta variedades de árboles y arbustos convierten la plaza en un jardín.

Fue en este solar donde Hernando de Lerma fundó la ciudad un 18 de abril de 1582; sin embargo, la figura rimbombante plantada en su ombligo es la de un general de la Independencia, cuyo gesto severo no amedrenta a las parejas de estudiantes que aprenden con suma aplicación los primeros y más inocentes gestos del amor.



La plaza está flanqueada por los casi únicos edificios notables del pasado: el Cabildo, o casa de gobierno, con blancas arcadas de sabor colonial (aunque es una reforma del XVIII); la catedral, tardía también, del XIX (la anterior se quemó); la iglesia de San Francisco (en otra placeta contigua), barroca, de granates y alberos andaluces, cosa que no es de extrañar, ya que la diseñó un fraile sevillano.

Más alejadas, fundidas en la malla urbana, varías casonas coloniales, como la de Arias Rengel (museo de Bellas Artes), la de Hernández (museo de la Ciudad), las de Uriburu y Leguízamón, o el espacioso convento de San Bernardo, también convertido a la causa cultural.



La placidez que baña las jornadas se altera un poco al llegar la tarde, cuando se espesan los transeúntes por el paseo peatonal que circunda la plaza, y en las calles comerciales adyacentes, que se pueblan de terrazas. Y mucho más al caer la noche.

Pero entonces la agitación (valga la exageración) se desplaza a la zona de la estación de trenes: calle Balcarce y afluentes. Cada portal es un chiringuito o restaurante (a veces de lujo), y en todos ellos se suceden actuaciones de música en vivo.

De ello se encargan las peñas locales, pero también grupos de espontáneos que acuden de todo el país (incluso del extranjero) y que tocan y cantan gratis, con tal de darse a conocer De aquí salieron paisanos famosos como Dino Saluzzi, Cuchi Leguizarán o Los Chalchaleros.

Y también iniciaron su carrera estrellas como Mercedes Sosa (que era de Tucumán, pero anduvo en la peña Valderrama), José Zarralde, Jorge Cafrune o el mismísimo Atahualpa Yupanki. El ritmo propio de la tierra es la copla, y sobre todo la zamba, que ellos pronuncian samba, y que nada tiene que ver con la brasileña; la zamba es de ritmo tranquilo (como todo lo de aquí) y sus letras susurran palabras de amor.

lunes, 2 de febrero de 2009

San Telmo

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Sus antiguas construcciones, sus calles de piedra y sus angostos pasajes rememoran los tiempos coloniales y la Buenos Aires del siglo XIX. Allí, las familias patricias de la ciudad construyeron grandes casonas que, años más tarde, albergaron a los inmigrantes que llegaban desde Europa. Considerado el segundo barrio más antiguo de la capital argentina, las leyes de preservación y el arribo de artistas como Juan Carlos Castagnino, que instalaron sus ateersen la década del 60, le imprimieron arte a San Telmo, que hoy se traduce en sinónimo de tradición y vanguardia.


La Plaza Dorrego (ubicada en Humberto 1°, Defensa, Anselmo Aleta y Bethlem) alberga la feria de objetos que revuela las calles cada domingo desde 1970. Tal es su fama, que la revista National Geographic Traveler la incluyó en el segundo lugar en el "Top 10 shopping streets", el ranking de las ferias callejeras más importantes del mundo. A su alrededor, y al igual que Portobello Road, en Londres, o El Rastro, en Madrid, los locales de la calle Defensa exhiben muebles y objetos de decoración que dejan ver la riqueza de comienzos del siglo XX.



El barrio porteño de San Telmo



A los costados, las esquinas brillan al ritmo del tango cuando bailarines y músicos callejeros despliegan la pasión del 2x4 ante el público ubicado en los tradicionales bares y cafés, que sacan sus mesas a las veredas y balcones. Por las noches, el show se traslada puertas adentro, donde nuevas y clásicas voces del género rioplatense y expertas parejas de baile seducen a los espectadores.

Artistas, artesanos y vendedores ambulantes se adueñan de las calles y exponen sus obras inspiradas en los tradicionales materiales de la región, como el cuero, y retratan en sus creaciones a los iconos de la historia y la cultura local, como Maradona, Evita y, por supuesto, Gardel.



Por su parte, los negocios de reconocidos y jóvenes diseñadores también exhiben originales colecciones de moda en una zona que continúa creciendo. Construido en 1897, y también sobre Defensa, sobresale el Mercado de San Telmo, donde pueden conseguirse frutas, verduras y carnes junto a ropa, discos de Gardel y Goyeneche y pequeños recuerdos de glorias deportivas. Antes de llegar a la avenida Independencia, el pasaje Giuffra aparece orgulloso de contar entre sus residencias con la Universidad del Cine y el antiguo Cine Cecil.

De regreso hacia avenida San Juan, la Iglesia Dinamarquesa y la Parroquia de San Pedro Telmo asoman imperdibles. El Parque Lezama, emplazado sobre una barranca natural, y la Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad, cierran este encantador recorrido por un barrio tanguero que respira vanguardia y baila al ritmo de los recuerdos de tiempos lejanos.