Lo primero que uno piensa, al respirar el aire limpio de Salta, es que allí andan equivocados de siglo. Que viven en algún pliegue del tiempo en el que aún no se había inventado el estrés. La gente entra y sale pausadamente de comercios antañones, se para ante un puesto de helados; las aceras rebosan de colegiales risueños, de limpiabotas tranquilos.
Las casas son bajas, sencillas, y se adivinan patios umbríos al fondo. Las calles rectas, en damero; hasta el plano que uno despliega transmite un algo de orden y sosiego. Hace falta llegar a las páginas de sucesos de El Tribuno, el diario local, para enterarse de que también allí puede haber voluntades torcidas, descuideros, maridos celosos capaces de alguna locura.
El epicentro de esta calma es lo que llaman El Parque, aunque su nombre oficial es el de Plaza 9 de julio. Es el ombligo sombreado donde sucede todo, es decir, nada. Ombúes colosales y otras ochenta variedades de árboles y arbustos convierten la plaza en un jardín.
Fue en este solar donde Hernando de Lerma fundó la ciudad un 18 de abril de 1582; sin embargo, la figura rimbombante plantada en su ombligo es la de un general de la Independencia, cuyo gesto severo no amedrenta a las parejas de estudiantes que aprenden con suma aplicación los primeros y más inocentes gestos del amor.
La plaza está flanqueada por los casi únicos edificios notables del pasado: el Cabildo, o casa de gobierno, con blancas arcadas de sabor colonial (aunque es una reforma del XVIII); la catedral, tardía también, del XIX (la anterior se quemó); la iglesia de San Francisco (en otra placeta contigua), barroca, de granates y alberos andaluces, cosa que no es de extrañar, ya que la diseñó un fraile sevillano.
Más alejadas, fundidas en la malla urbana, varías casonas coloniales, como la de Arias Rengel (museo de Bellas Artes), la de Hernández (museo de la Ciudad), las de Uriburu y Leguízamón, o el espacioso convento de San Bernardo, también convertido a la causa cultural.
La placidez que baña las jornadas se altera un poco al llegar la tarde, cuando se espesan los transeúntes por el paseo peatonal que circunda la plaza, y en las calles comerciales adyacentes, que se pueblan de terrazas. Y mucho más al caer la noche.
Pero entonces la agitación (valga la exageración) se desplaza a la zona de la estación de trenes: calle Balcarce y afluentes. Cada portal es un chiringuito o restaurante (a veces de lujo), y en todos ellos se suceden actuaciones de música en vivo.
De ello se encargan las peñas locales, pero también grupos de espontáneos que acuden de todo el país (incluso del extranjero) y que tocan y cantan gratis, con tal de darse a conocer De aquí salieron paisanos famosos como Dino Saluzzi, Cuchi Leguizarán o Los Chalchaleros.
Y también iniciaron su carrera estrellas como Mercedes Sosa (que era de Tucumán, pero anduvo en la peña Valderrama), José Zarralde, Jorge Cafrune o el mismísimo Atahualpa Yupanki. El ritmo propio de la tierra es la copla, y sobre todo la zamba, que ellos pronuncian samba, y que nada tiene que ver con la brasileña; la zamba es de ritmo tranquilo (como todo lo de aquí) y sus letras susurran palabras de amor.