Hemos sido testigos: la selva misionera no duerme. Agazapada como un tigre, late en la oscuridad con un aliento húmedo que inquieta. En una noche de luna llena, el mismo tren que habíamos tomado a la mañana para recorrer el Parque Nacional Iguazú pierde su andar festivo y conduce a la introspección y a un inesperado estado de alerta. Son las nueve de la noche cuando parte el segundo grupo de pasajeros hacia la estación de la Garganta del Diablo.
Junto a las vías, las luciérnagas iluminan los charcos de agua colorada que formó un ligero chaparrón vespertino. Sobre el río Iguazú superior, los 1.100 metros de la pasarela rechinan bajo los pies y vemos cómo se abren, con pasión, las "damas de la noche", unas flores blancas que se cerrarán con las primeras luces del día.
Paseos nocturnos a las cataratas del Iguazú en Argentina
A lo lejos, ruge la gran Garganta como un imán arrollador Nada resulta ahora tan sensato como los pedidos efectuados al partir en el Tren Ecológico de la Selva: permanecer en silencio, no fumar y usar con mesura el flash de las cámaras. Lo que ocurre es que el paseo nocturno se propone que nada se interponga entre la naturaleza y los sentidos para apreciar mejor los sonidos de la noche, los aromas y el paisaje iluminado por la luna y las estrellas.
Los guías insisten en emprender la vuelta cuando nadie termina de disfrutar del gigantesco abismo de agua clara. La mayoría permanece inmóvil, con la mirada fija en la cortina furiosa que nunca se detiene.
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