Un puente provisorio -que fue construido sobre la laguna en los años 70- conduce a Colonia Carlos Pellegrini. Vale la pena cruzarlo en bicicleta con las maderas crujiendo ante nuestro andar. Nos dirigimos al "ocaso en el puente", como le llaman los lugareños a este espectáculo natural. Lo recomiendan como si se tratara de una excursión. Allí, cientos de aves pescan al vuelo a los mosquitos, las nubes se deslizan hacia el horizonte y el cielo se funde con la laguna, que toma un intenso color rosa.
En la orilla del camping municipal, una antigua balsa a vapor tiene hoy su chapa enmohecida y oxidada, irradiando nostalgia: se encuentra diez metros bajo el agua y hasta sus ventanas están sumergidas.
Como se ve ocaso en el litoral Argentino
Lejanos quedaron los días en que la balsa era el único medio para ingresar a Colonia Pellegrini. El viaje era gratis, y duraba 5 minutos -dependiendo del oleaje de la laguna, claro está Trasladaba no sólo pasajeros sino autos y camiones también.
En este caserío, las calles son de tierra y tienen nombres en guaraní; la plaza central carece de veredas y está cubierta de pasto; y pronto la iglesia, un diminuto bar con artesanías y un curioso cementerio aparecen.
Es que aquí los colores de las tumbas recuerdan las convicciones de las personas: las pintadas de colorado pertenecen a antiguos federales y las de celeste a unitarios. Pero también, las cruces tienen cintas colgadas que remiten a otras creencias: las rojas muestran devoción por el Gauchito Gil y las celestes por la Virgen de Itati.
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