miércoles, 15 de julio de 2009

Las cataratas del Iguazú

Las cataratas del Iguazú se visten de fiesta y sacan su mejor flora y fauna para la primavera un recorrido por un paraíso que late.


Mientras usted lee esta nota, las cataratas del Iguazú florecen y lo esperan. "Ahora se va a poner divertido", dice Sofía, una guaraní que vende artesanías a la vuelta de Igua­zú Forest (aunque de eso hablaremos más ade­lante). Se refiere a la primavera en ciernes que, para su comunidad, implica algo más que una nueva estación. Es el 21 de septiembre cuando estos aborígenes dueños de la selva paranaense festejan su nuevo año, celebran el "caaby poty", que significa "cuando llega la flor del monte". Es así que la naturaleza, junto a ellos, está de fiesta.


Todo renace e impregna de dulzura y color el aire. Según los pronósticos, gracias a las últimas heladas, este año habrá más flores que nunca, porque las langostas no sobrevivieron a tanto frío. Entonces las orquídeas estarán en su máximo esplendor, al igual que las "besitos", más conocidas aquí como alegrías del hogar. Todo se prepara para un nuevo comienzo, para que el que pise estas tierras deje que el agua lleve sus penas, potencie sus alegrías y vuelva a empezar.


Viajar a las cataratas del Iguazú


¿Qué se puede decir nuevo de las cataratas del Iguazú? Probablemente nada. Ya está todo dicho: que está en el corazón de la selva misionera, que fue y es tierra de guaraníes, que en el lado argen­tino se encuentran más de doscientos saltos (y que del lado brasileño hay sólo tres), que hay más de setenta especies de mamíferos y cuatrocientos tipos de aves, que se trata de un Patrimonio Na­tural de la Humanidad, y tantas otras cosas más. La belleza del lugar habla por sí sola y ha sido motivo de cantidades excesivas de palabras. Pa­radójicamente, lo que provocan al verlas es silen­cio. (Ojalá en este punto el tiempo se detuviera...) Silencio. La mente se frena y la boca, abierta. A lo sumo un "oooooohhh" puede brotar ante el asombro, pero nada más.


Sin embargo, el vacío se interrumpe siempre con algún "¡qué increíble!", "¡maravilloso!" o "¿me sacas una foto?". Pero ¿para qué arruinarlo? Silencio, sin más, porque las cataratas rugen e imponen respeto. Iguazú significa en guaraní "aguas grandes". Esta lengua tiene la virtud de la simple descripción. No hay doble discurso, lo que se dice es lo que se ve. Por ejemplo, a la pelota se la llama "vacapipopo", que significa "cuero de vaca que salta". Quizás el idioma de la selva sea el único que esté a la altura de las circunstancias.


No necesita marketing. Si bien los dos mil metros cúbicos de agua por segundo que lanzan estas cataratas hablan por sí solos, el Parque Nacional que cobija este prodigio natural merece un párrafo aparte. En los últimos cinco años, una unión transitoria de empresas misioneras invirtió lo suficiente para convertir el gran paseo en un verdadero parque de diversiones. Esta área protegida cuenta hoy con un trencito ecológico que lleva a los distintitos circuitos, incluso al más remoto: la Garganta del Diablo. Esta parada de foto obligada implica alguna bolsa para proteger la cámara, porque el agua es dueña y señora y no tiene recaudos. Uno sí se puede mojar, porque el calor arrasa (aunque para los más cuidadosos hay pilotines que se venden en la entrada).


Hay gift shops en todas las paradas, al igual que baños y restaurantes. El parque ofrece desde comida rápida hasta parrillas, donde uno no puede dejar de comer chipas a las bra­sas (con harina de mandioca y queso fundido). Incluso las pasarelas que se hunden en la selva se han ensanchado y permiten observar todos los saltos sin empujones. Vale aclarar que, como en todo punto turísti­co, es mejor evitar las temporadas muy altas (vacaciones, fines de semana largos), porque entonces el tumulto también forma parte del paisaje. Dentro de la reserva uno puede hacer desde floting -así se llama a la excur­sión río adentro para ver la fauna y flora del lugar- hasta la Gran Aventura, que invita a los valientes a sumergirse debajo del salto Bosetti, luego de un paseo por la selva y el río Iguazú. Lo que se dice adrenalina pura. Eso sí, uno puede comprar los pilotines de la entrada, pero no le ayudarán de nada, no hay manera de no quedar hecho sopa, pero como nuevo. Sin duda, un efecto del agua.


EL DESCANSO

El agua lo deja a uno planchado, no solamente por el ritmo exigido del circuito inferior que sube y baja, ni por los dos kilómetros de extensión del superior; uno llega al hotel como si hubiera esta­do todo el día nadando en una pileta de natación: con hambre y sueño.


El hotel Sheraton enclavado en el corazón del Parque Nacional Iguazú se erige como un oasis luego de tanta emoción. Es sin duda el alojamien­to más privilegiado de la zona, porque tiene la Garganta del Diablo como vista desde cualquier ángulo. Allí uno siente la selva de tal manera que en las habitaciones se aconseja cerrar las venta­nas para evitar una invasión de monos. En el restó del lugar se ofrece, además de un menú rico en ingredientes típicos y productos na­turales creado por el chef Octavio Chazarreta, un buffet imperdible. A la hora del almuerzo y de la cena, el comedor se llena de lechugas de infinitos colores y formas, pescados sabrosos, carne que le hace honor a la fama argentina y un sinfín de frutas tropicales. Regocijan el estómago del más hambriento; sólo falta mimar el cuerpo.


El hotel dispone de una nueva joyita en materia de relax: el Seda Pool & Spa, que cuenta con revolucionarios tratamientos. Nada de terapias importadas, las técnicas de bienestar que ofrece fueron creadas exclusivamente para este hotel y luego registradas al comprobar el éxito. En este ambiente tranquilo, de mosaicos de ve-necitas que forman orquídeas y distintos azules en las paredes, se puede optar por la pileta lúdica para empezar. No se trata de una pileta clima-tizada de natación, sino de una con diferentes chorros y cascadas para aflojar el cuerpo luego de la jornada. Como si fuera un jacuzzi gigante que masajea con manos de agua.

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